Bienvenidos una vez más a nuestro #viernesdevino. Hoy les traigo una reflexión un poco más... divina, por decirlo de alguna manera. Y es que, después de la reciente resaca de la Semana Santa, no puedo evitar pensar en aquel que realizó el milagro de convertir el agua en vino. Sí, amigos, estoy hablando de Jesús. Y antes de que alguien me tilde de hereje, permitanme iniciar con una pequeña reflexión: ¿Cómo es posible que alguien capaz de convertir el agua en vino solo tuviera 12 amigos? Claramente, algo estaba mal, ¿verdad?
Pero bromas aparte, Durante la pasada Semana Santa, reflexionando sobre historias y milagros, me encontré pensando en el famoso episodio bíblico en el que Jesús convierte el agua en vino. Este acontecimiento, más allá de su significado religioso, siempre ha despertado mi curiosidad como amante en vinos. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué tipo de vino creó? ¿Qué nos enseña este acto?
Asi que este #viernesdevino exploraremos desde un enfoque laico y talvés un poco pedagógico, qué tipo de vino podría haber sido, el porqué detrás de este acto y las cualidades que, desde la perspectiva de un amante del vino como yo, habrían hecho de ese vino algo digno de recordar.
Un milagro en Caná
En el relato bíblico, específicamente en el Evangelio de Juan, se narra el primer milagro público de Jesús durante una boda en Caná. Al convertir el agua en vino, no solo salvó a la familia anfitriona de una vergüenza social monumental, sino que también dejó una marca indeleble en la historia del vino. Ahora, la pregunta del millón:
¿Qué tipo de vino era?
Aunque los textos antiguos no nos brindan una descripción enológica detallada, podemos especular que, dada la región y la época, probablemente se trataba de un vino muy diferente a lo que conocemos hoy. Tal vez un vino joven, ligeramente aromático, más parecido a lo que hoy llamaríamos un vino de mesa, pero sin duda alguna, debió tener una calidad excepcional. Después de todo, no esperaríamos menos de un milagro.
Pero pensando un poco, dado que el evento tuvo lugar en la región de Caná de Galilea, cerca de la actual Israel, es plausible que el vino en cuestión haya sido similar a los que se producían en la zona en aquel tiempo. Hablamos probablemente de un vino tinto, posiblemente joven y fresco, dado el clima y las técnicas de vinificación de la época. Los vinos de la región solían ser bastante robustos y con un grado de dulzura notable, debido al uso de uvas muy maduras y a veces incluso pasificadas (secadas al sol para concentrar el azúcar). Algo con notas de frutas maduras, quizá higos y dátiles, con un toque de especias debido al clima cálido. Eso sí, ¡apuesto a que tenía una puntuación perfecta en cualquier escala de sommeliers de la época!
¿Por qué lo hizo?
La razón detrás de este milagro, aparte de la obvia utilidad de nunca quedarse sin vino en una fiesta, puede interpretarse de muchas maneras. Sin embargo, desde un enfoque no religioso, podemos verlo como un acto de generosidad y hospitalidad, elementos que son centrales en la cultura del vino hasta el día de hoy. El vino, en muchas culturas, es símbolo de unión, celebración y compartir.
Aparte de la interpretación religiosa, desde un punto de vista social y humano, el gesto de Jesús puede verse también como un acto de empatía y generosidad. Evitar la vergüenza a la familia anfitriona era crucial en un contexto donde la hospitalidad y el honor eran valores fundamentales. Además, en una lectura más amplia, (mas fumada) este milagro simboliza la transformación y la mejora: de lo cotidiano a lo extraordinario, del agua al vino, de la ausencia a la abundancia.
Como amante en vinos, me fascina pensar en este episodio no solo en términos milagrosos, sino también desde una perspectiva de aprendizaje. El vino, en su esencia, es transformación. Desde la vid hasta la copa, cada paso es un acto de cuidado, paciencia y conocimiento. Jesús, eligiendo el vino como su primer milagro público, en mi opinión, nos enseña sobre la importancia de transformar y mejorar, de aprovechar los recursos disponibles para crear algo valioso y compartido.
Reflexión
Mientras reflexionamos sobre esta historia en la pasada Semana Santa, es un buen momento para recordar que, más allá de la transformación del agua en vino, el vino en sí mismo tiene el poder de transformar momentos ordinarios en memorables. Ya sea un vino de la más alta calidad o un humilde vino de mesa, lo importante es con quién y cómo lo compartimos.
Y si algo debemos aprender de Jesús, aparte de sus milagros y enseñanzas, es que quizás el secreto de tener buenos amigos no está en hacer milagros con bebidas, sino en saber compartirlas. Aunque, pensándolo bien, tener ambas habilidades definitivamente no haría daño.
Un brindis por las amistades improbables
Así que, mientras nos preparamos para otro #viernesdevino, propongo un brindis no solo por los vinos extraordinarios que hemos compartido, sino también por las amistades improbables. Después de todo, si alguien pudo hacer el milagro de convertir el agua en vino y aun así mantener un círculo íntimo de solo 12 amigos, quizás haya una lección ahí sobre la calidad sobre la cantidad.
Por lo tanto, levantemos nuestras copas (llenas, espero, de un buen vino y no de agua) por esos amigos que, aunque pocos, son verdaderos. Y recordemos que, a veces, lo milagroso reside en las cosas más simples, como una buena copa de vino compartida entre amigos.
Hasta la próxima, queridos amantes del vino. Sigamos buscando esos momentos de transformación y celebración en cada botella que abrimos. ¡Salud!
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